Aislarse del mundo porque odia a todo el mundo. Ese es el objetivo principal de Daniel Plainview (Daniel Day-Lewis) en Pozos de ambición (2007), y la forma de conseguirlo no es otra que amasar cuanto más dinero y poder pueda, de la forma que sea, corrompiendose cada vez más, a él y a todo lo que le rodea: un apacible pueblucho campesino, unos feligreses y su iglesia... nada importa, nada tiene valor ante el seductor olor a muerte que tiene el petróleo, personaje fantasma de la película que lo acaba manchando todo. No importa quedarse con un bebé huérfano para así engatusar a los vendedores de terreno, no importa cargarse el medio ambiente, no importa traer pecadoras costumbres a unas apacibles gentes, no importa matar a un hombre que dice ser tu hermano, no vaya a ser que reclame lo que no es suyo, no importa vender tu alma por un oleoducto, no importa renegar del amor a la gente que más te quiere y necesita... cada paso hacia al infierno que dá este hombre se nos muestra aquí con una claridad bíblica y espiritual que se emparenta irremediablemente con el origen y construcción de esa tierra prometida llena de descastados que hoy se llama norteamérica y que gobierna el mundo con total falta de escrúpulos y sumiendolo en el caos. Con una puesta en escena limpia y metafísica heredera de Ford y un tono hosco que se puede emparentar con los mejores Siegel e Eastwood, esta película que no es un western (que original queda siempre mostrar una playa en una película de forasteros) pero que se ambienta como tal, llega a lo más profundo del ser humano, al terror, al egoísmo, a ese monstruo dormido que todos llevamos dentro. El fin de una era antigua y la sustitución aplastante de una nueva gobernada por el progreso, la modernidad y la tiranía del dollar es un tema tan actual y eterno que te hace sentir angustia vital en el estómago, donde más duele. Obra maestra incontestable que revisaremos una vez al año para seguir indagando en su épica verdad.
viernes, 4 de diciembre de 2009
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